jueves, 29 de noviembre de 2007

Uno de tus cordones


Mientras hablábamos de cosas banales, has aparecido con tu maletín de cuero claro por las escaleras en compañía de otros dos colegas. Bajabas divertido las escaleras que nos separaban. Y yo te he mirado como cuando se busca con la mirada a alguien, con ojos curiosos [como siempre te miro sin poder evitarlo]. Y sé que la imagen se movía muy lenta, y nuestras miradas se han chocado dos veces. He supuesto que mis mejillas se sonrosaban, así que he vuelto a la banal conversación, sin dejar de oir tu voz entre tanto ruido. Sonaba silenciosa. [Esa sensación de que una persona irradia luz, incapaz de describirse, pero con tantos matices subjetivos... sí, así era...]. Has pasado por mi lateral, pero no nos hemos tocado [aunque era lo que más anhelaba en verdad]. Ibas charlando animadamente con ellos, y deseaba ser una más en tu contubernio, intercalar palabras contigo. Ibas hablando divertido, posando tu brazo sobre uno de ellos en señal de camaradería, quizás recordando viejas vivencias. Y te he seguido. Con la mirada. Cuando yo he llegado (y el resto de gente que gritaba temas banales iba detrás mío...; en verdad yo tenía prisa por llegar de nuevo al Aula Magna). Y no he podido evitarlo una vez más: te hu buscado con la mirada, sin poder parar hasta no encontrarte. Estabas abajo, respiro aliviada. Eso significa que te quedarás a escuchar la ponencia de tus colegas. Y me sonrío [como te sonrío a ti siempre..., sin poder ni querer evitarlo]. Cuando han regresado mis compañeras, hemos buscado sitio cerca del estrado, yo con más intenciones que el mero hecho de prestar mayor atención a la conferencia (por otra parte, interesante). Y te has sentado a escasos cuatro metros [...mis nervios a flor de piel... Es difícil que parezca que nada ocurre mientras tu alrededor está lleno de gente; es difícil fingir que nada te afecta, porque todos somos humanos... comprensible]. Allí estábamos: la sala abarrotada, cerca de 300 personas, pero yo me sentía más sola que nunca. Y tú, sonriendo a todo el mundo. Has escuchado atento las ponencias de esa sesión, has charlado con otro compañero, comentando las jugadas mientras el resto explicaba. Lanzándote miradas y sonriendo a tu "acérrimo enemigo", mientras él y otro amigo se comportaban como verdaderos niños. Esas miradas. Cambiabas de postura, te apoyabas sobre el brazo; tosías... Te sentabas de una manera, te cansabas, y cambiabas de postura... Pero sobre todo, tamborileabas con los dedos sobre la mesa, y jugueteabas con los cordones de tus zapatos. ¡Con gusto yo habría dado media vida por ser uno de esos cordones...!

2 comentarios:

El Ángel del Dulce Dolor dijo...

Sé lo que es ese sentimiento, cuando todo tu universo gira alrededor de una persona; pero no por el placer de girar a su alrededor, sino por el deseo de que tu universo y el suyo se fundan en uno solo.

Irene Adler dijo...

Sabias palabras las tuyas...