
Mientras hablábamos de cosas banales, has aparecido con tu maletín de cuero claro por las escaleras en compañía de otros dos colegas. Bajabas divertido las escaleras que nos separaban. Y yo te he mirado como cuando se busca con la mirada a alguien, con ojos curiosos [como siempre te miro sin poder evitarlo]. Y sé que la imagen se movía muy lenta, y nuestras miradas se han chocado dos veces. He supuesto que mis mejillas se sonrosaban, así que he vuelto a la banal conversación, sin dejar de oir tu voz entre tanto ruido. Sonaba silenciosa. [Esa sensación de que una persona irradia luz, incapaz de describirse, pero con tantos matices subjetivos... sí, así era...]. Has pasado por mi lateral, pero no nos hemos tocado [aunque era lo que más anhelaba en verdad]. Ibas charlando animadamente con ellos, y deseaba ser una más en tu contubernio, intercalar palabras contigo. Ibas hablando divertido, posando tu brazo sobre uno de ellos en señal de camaradería, quizás recordando viejas vivencias. Y te he seguido. Con la mirada. Cuando yo he llegado (y el resto de gente que gritaba temas banales iba detrás mío...; en verdad yo tenía prisa por llegar de nuevo al Aula Magna). Y no he podido evitarlo una vez más: te hu buscado con la mirada, sin poder parar hasta no encontrarte. Estabas abajo, respiro aliviada. Eso significa que te quedarás a escuchar la ponencia de tus colegas. Y me sonrío [como te sonrío a ti siempre..., sin poder ni querer evitarlo]. Cuando han regresado mis compañeras, hemos buscado sitio cerca del estrado, yo con más intenciones que el mero hecho de prestar mayor atención a la conferencia (por otra parte, interesante). Y te has sentado a escasos cuatro metros [...mis nervios a flor de piel... Es difícil que parezca que nada ocurre mientras tu alrededor está lleno de gente; es difícil fingir que nada te afecta, porque todos somos humanos... comprensible]. Allí estábamos: la sala abarrotada, cerca de 300 personas, pero yo me sentía más sola que nunca. Y tú, sonriendo a todo el mundo. Has escuchado atento las ponencias de esa sesión, has charlado con otro compañero, comentando las jugadas mientras el resto explicaba. Lanzándote miradas y sonriendo a tu "acérrimo enemigo", mientras él y otro amigo se comportaban como verdaderos niños. Esas miradas. Cambiabas de postura, te apoyabas sobre el brazo; tosías... Te sentabas de una manera, te cansabas, y cambiabas de postura... Pero sobre todo, tamborileabas con los dedos sobre la mesa, y jugueteabas con los cordones de tus zapatos. ¡Con gusto yo habría dado media vida por ser uno de esos cordones...!
2 comentarios:
Sé lo que es ese sentimiento, cuando todo tu universo gira alrededor de una persona; pero no por el placer de girar a su alrededor, sino por el deseo de que tu universo y el suyo se fundan en uno solo.
Sabias palabras las tuyas...
Publicar un comentario